"Deixa Estar" (o deja que las cosas se den) Decía mi bisabuela, Rosa. Con un apellido portugués pero con partida de nacimiento peruana, dio el inicio a esa parte de mi familia, pero también tenerla en mi sangre me dio muchísima curiosidad sobre todo lo que veía en una ciudad peculiar como Iquitos - por su mezcla, por su ironía, por sus rastros, por sus circunstancias.
Lo poco que sé de esa parte de mi familia remonta hacia 1900, mi tatarabuelo llegó en uno de los tantos buques de venían de Europa. Lo poco que sé de él, es que fue un joven aventurero de una muy conocida familia portuguesa que primero se dio paso en el Brasil para venir hacia Iquitos, atraído por el comercio. Iquitos era tan rico que muchas personas decidían venir a establecer sus negocios allí, a través de casas comerciales. La bisabuela, según cuenta mi madre, tenía una señal en el muslo. "Me lo hice con las muñecas de loza, peleando con mi hermana por ella" - Decía. La abuela guardaba consigo los secretos de una era: Una colección de monedas antiguas desde 1876, las historias de su crianza en aquella casona desde donde hasta ahora podemos ver las vigas con uvas (mi familia en Portugal se dedicaba principalmente a la actividad vinícola), las historias luego de la muerte de su padre en la ya desaparecida carretera a Santa María. Allí en la carretera, contaba de las enormes ollas de chicha que hacían para las reuniones sociales, con agua pura del Nanay que solo se valía de telas para ser filtrado.
La abuela bien contaba a todos atrayendo instantáneamente el olor a Madreselva al recuerdo, abrazaba el ayer y las costumbres de un Iquitos que le debía lo cosmopólita y próspero irónicamente al hecho de una masacre producto de una actividad extractivista. Ella murió antes de que yo nazca, no tuve el honor de conocerla pero siento que siempre los espíritus andan de un lado hacia otro en la ciudad en donde vivieron. Ese espíritu lo siento muy claro cada que mi abuelo, su hijo, me cuenta esas historias y trasmite esas costumbres: la siesta en la hamaca, la chicha en San Juan, entre otros cuentos y costumbres de la naturaleza.
Asi, como en la mía, comenzaron las historias de miles de familias que se sentaban en la vereda de sus casas para ver a la gente pasar, bien vestida y educada. Recibí el año nuevo en Iquitos, sintiendo verguenza por ver un espectáculo triste en la misma plaza de Armas: Botellas de cerveza, juerga, cantidades enormes de basura y gente perdiendo los estribos en pleno centro histórico de la ciudad, justo al frente de la casa en donde nació la bisabuela.
Iquitos cumple 151 años hoy, con la única promesa de la incertidumbre, donde nadie sabe que pasará de una ciudad estancada en el tiempo, en la suciedad y en el desorden, pero a pesar de todo orgullosa de historias del pasado como las que acabo de contar. Que los que aún están allá puedan hacer la promesa de devolver el brillo de la ciudad, ese brillo que podía ver mi familia en los ojos de mi abuela cuando contaba sus historias.
Feliz cumpleaños Iquitos, que no te sigan destruyendo.